Salgo de mi casa hacia la oficina, camino quince cuadras, el sol me agobia y por mi cabeza pasan miles de deseos relacionados con la unica fuente de placer recurrente: el agua. El mp3 convierte el paisaje desolador de una calle dormida en la siesta paceña, en un oasis de asfalto con musica de fondo. Los pibes caminan, con sus termolares como escudos y las remeras al hombro, pateando las responsabilidades y las materias para otro dia: hoy no, dicen a coro, el rio no puede esperar, nos invita a su lecho, nos abraza, nos confunde, nos esclaviza por un rato nada màs.
Los escucho, resignada, miro la hora y tropiezo con una baldosa.
Me despierto, en una nebulosa mientras las paletas del ventilador, me miran anonadadas, desconcertadas.
Habia olvidado prenderlo.