Paisaje azul, cruzado por líneas imaginarias, algunas amarillas planeando alrededor del sol, mientras otras se desprendían, alucinando que un aeroplano; acromático e insulso, buscaba arrinconarlos con artilugios alienados y de mucha monta. Resistían. El fuego avanzaba mientras los gritos se teñían de púrpura. Huida. Retirada. En alguna lugar las líneas enemigas cruzaban el océano mientras se volvían pardas, descoloridas. El gris de las praderas ocultando los secretos de aquella guerra en silencio, masticaban los resabios del descontrol, de la ira transformada en fuego, y del miedo acompañándolos hasta el último grito. Oscuridad, silencio de inocentes. Un aullido se ahogaba en la llanura infértil, ahí donde el frío se negaba a competir con la soledad mientras el hambre desbordaba el cristal de la razón y el vaso de la realidad se desfondaba por completo. El humo de los cigarrillos llenando espacios vacíos, deformando las caras que se miraban; perdidas, como tratando de reconocerse en el brillo de la noche. Después, ya no quedaba ayer.
Hoy, la gloria del deber tiene un sabor metálico y sus manos se van convirtiendo, poco a poco en alambres de púas. Su cuerpo se aletarga al compás de las sombras y su voz; lacónica se convierte en un susurro. Un naufrago en tierra, marchito. Las noches suelen sorprenderlo, muchas veces, escudriñando algún moribundo pasado.
Y sus sueños… sus sueños se convirtieron en los de un hombre despierto.